La niñez y la escuela


El inicio de la escolaridad marca un cambio muy grande en la vida de un niño. De allí en mas se desarrollarán los años de infancia que restan hasta la llegada de la adolescencia; su buen tránsito, y el aprovechamiento máximo de la enorme cantidad de aprendizajes posibles en este tiempo, consolidarán un capital muy valioso que lo acompañará por el resto de su vida. Los padres son aún los principales referentes para la vida del niño, por lo que su cercanía, acompañamiento, protección y comprensión son indispensables.

Comienzo de clases

Tradicionalmente se ha denominado “segunda infancia” a la época de la vida que va desde los 6 hasta los 12 años de vida, y que hasta hace muy poco tiempo coincidía con el cursado de la antigua “escuela primaria”. 

Esta asociación no es casual dado que esta etapa del desarrollo se caracteriza particularmente por el destacado papel que asume en ella la tarea del aprendizaje formal, en un ámbito académico mucho mas exigente que el del pasado jardín de infantes.

Es también el tiempo de la latencia de la sexualidad, puesto que la curiosidad sexual de la etapa anterior se acalla un poco (intereses y juegos sexuales no desaparecen por completo, pero se ocultan a los adultos) y deja lugar a la curiosidad intelectual, que desarrolla las habilidades de aprendizaje y producción, junto con el placer de completar el trabajo por medio de la propia dedicación.

El niño accede a un nuevo horizonte de desarrollo intelectual cuando aprehende para sí el uso de la lógica y aparecen los sentimientos morales y de cooperación; mas tarde, sobre el ingreso a la pubertad, llegarán las “operaciones intelectuales abstractas” que darán vuelo a su pensamiento y lo acercarán a la inserción afectiva e intelectual en el mundo de los adultos.

Es a partir de los 6 años de vida que desarrolla y perfecciona la concentración necesaria para trabajar solo; así como la disposición para el trabajo de colaboración efectiva con otros, ya que se hace capaz de discriminar diferentes puntos de vista frente a una cuestión, organizar un argumento, buscar justificaciones y pruebas que lo sustenten, y explicarlo. Se va alejando del egocentrismo social e intelectual, e introduciéndose en la reflexión y la mediatización de la acción por medio del pensamiento.

En esta etapa es importante que los padres colaboren con el ejemplo para que el niño aprenda a respetar las opiniones de los otros, y a tolerar las diferencias. El ejercicio puede llevarse a cabo en primera instancia en el mismo ámbito familiar, donde sobran las situaciones que ponen en juego estas capacidades a diario.

Es también el momento clave para la transmisión de valores, puesto que el mundo familiar, y el de la escuela, ofrecen una muestra a escala reducida de lo que será el mundo adulto; prestándose para el aprendizaje y la práctica, con vista a la siguiente etapa adolescente en la que el niño deberá ir conformando su propia escala de valores, guía principal de su comportamiento en el futuro, cuando ya no cuente con el seguimiento y control atento de sus padres.

Es fundamental que este camino se recorra, y que en su andar el niño vaya obteniendo reconocimiento por los logros alcanzados, de parte de los otros significativos. En este sentido cabe destacar que para el éxito escolar es fundamental la preparación que la familia le haya dado a ese niño, enseñándole en los años previos a confiar en sus capacidades y a enfrentar situaciones nuevas con serenidad.

Funciones parentales

Para los niños, los padres ya no son fuente inagotable de poder y sabiduría, por lo que suelen enfrentarlos desafiando sus normas, y quizás perdiendo algunas de las costumbres afectuosas y confiadas que solían tener cuando eran mas pequeños.

Es un grave error que los padres quieran “ganarse” a sus hijos convirtiéndose en sus compinches, puesto que los niños siguen necesitando padres, es decir, adultos responsables y distintos de ellos mismos que estén dispuestos a acompañarlos y guiarlos.

Todavía necesitan de su control y respaldo, especialmente ante las presiones externas.

Tal como sucede desde el nacimiento y hasta la salida de la adolescencia, los niños de esta edad necesitan, piden y agradecen que sus padres tomen la tarea de ponerles límites, ya que los buenos límites, coherentes y razonables, consensuados entre los padres y con el niño en la medida de su capacidad y según su edad, hechos a la medida del niño al que se dirigen, explicitados con claridad a quien  tiene que cumplirlos, firmes, estables, y sobre todo transmitidos con el ejemplo y acompañados de afecto y comprensión; construyen un marco protector y tranquilizador alrededor de un niño en crecimiento. Siempre es bueno que el niño tenga participación, de acuerdo a su edad y capacidad, en algunos de los asuntos de familia, especialmente en lo que le competen particularmente; y que sea tratado con respeto y reciprocidad.

Del mismo modo es importante para los niños que sus padres conozcan y acepten a sus amigos, y que les permitan cometer algunos errores cuando toman sus primeras decisiones.

Los padres se constituyen en esta etapa en importantes modelos de identificación, que dan a nenas y varones las pautas para adquirir femineidad y masculinidad respectivamente. Además los guían e impulsan, especialmente el papá, en su salida a conocer y participar del mundo; mientras que la familia sigue siendo un importante lugar de refugio afectivo, fuente de conocimiento, entretenimiento y compañía.

Acerca de la sexualidad los niños quizás ya no hagan tantas preguntas como cuando eran algo menores, pero sin dudas se las arreglan para conseguir información; por lo que si los padres pretenden que la que ellos pueden darles sea prioritaria deberán ofrecerla en el momento justo, mostrándose dispuestos a recibir sus inquietudes, dando explicaciones acordes a su edad que no falten a la verdad y en un clima sereno.

La aparición de algunos temores son comunes a estas edades y sirven para vehiculizar la ansiedad difusa. Entonces aparece algo que los asusta, sea real (animales, ladrones) o imaginario (fantasmas, extraterrestres).

También se constituye un objeto para canalizar los “amores” en la figura de ídolos de la música, la TV, u otras figuras destacadas e idealizadas.

Expectativas parentales

Es cierto que hasta ese momento el niño se mantenía en gran medida bajo el arbitrio y decisión de sus padres, y que en cierta forma y acerca de determinadas cuestiones esto seguirá siendo así por algunos años mas; pero también veremos cómo en esta etapa su voluntad se instala mas firmemente y se ocupa de regular la energía, haciendo que algunas de sus tendencias mas características comiencen a prevalecer sobre otras. Es el inicio de sus elecciones personales; las que se manifestarán primero en cuestiones cotidianas, como la ropa que ponerse cada día; pero que en su ejercicio continuado dan base para otras opciones mas importantes a afrontar en poco tiempo mas, por ejemplo la elección vocacional.

Las expectativas parentales acerca del futuro de los hijos comenzaron a consolidarse incluso antes de que ellos nacieran; alimentadas, entre otras cosas, por los propios deseos insatisfechos, las propias expectativas de logro aún no conquistadas, las propias aspiraciones de trascendencia y toda una serie de preocupaciones sobre el bienestar futuro de los niños. El problema aparece cuando estos sueños de los padres, lejos de ser un motor para el crecimiento de sus hijos, se transforman en un elemento de presión insostenible que obstaculiza su  normal desarrollo (por ejemplo los padres que exigen éxito deportivo a sus hijos).

Al respecto no debemos olvidar que en estos años no debe perderse el carácter lúdico de las actividades, es decir que el niño cuente con la tranquilidad de que juega un “como si”, que solo esta probando, y que el error es permitido y útil.