Enfermedad y espiritualidad



Mejorar y preservar nuestra calidad de vida es algo que está sólo en nuestras manos y que no depende del dinero. La exposición a un desorden biológico crónico es más frecuente de lo que pensamos y lamentablemente estamos condicionados por la resignación.
 “Algo hay que tener” ó “los años no vienen solos” son algunas de las frecuentes muletillas que damos por ciertas, en el moderno imaginario colectivo. Nos parece “normal” necesitar un chequeo o tener que “controlar de por vida” algún “problemita normal de la edad”, que suele ir de diabetes a hipertensión, pasando por tiroidismo, artritis, gastritis, quistecitos o el crónico y popular “sufro del hígado”.
Mientras nos resignamos a “controlar” y aceptamos mansamente el determinismo de la causa (virus, genes o estrés), tristemente vamos dejando jirones de calidad de vida. Consideramos “normal” ir “arrastrándonos” por la vida, a fuerza de estimulantes o adicciones (legales o no). La existencia se convierte en una pesada carga para “comunes mortales” como nosotros; creyendo que la salud perfecta, la existencia centenaria y la plena energía son solo para algunos elegidos, que tienen “suerte” y que gozan de los privilegios de algún monasterio oculto en el Himalaya.
¿Puede que todo lo que nos pasa sea culpa de virus, genética o estrés? Virus y genes requieren siempre las necesarias e imprescindibles condiciones favorables para expresarse. Si no le brindamos un “terreno” acorde, no pueden manifestarse. Por su parte, el estrés es siempre consecuencia y no causa del problema. ¿Qué hay detrás de una persona estresada? Desorden nutricional, malfunción hormonal, acidosis orgánica, disfunción intestinal y sobre todo, colapso hepático. En todos los casos son como armas cargadas, cuya peligrosidad depende de que “alguienoprima el gatillo.
Por otra parte, espiritualmente hay quienes se resignan al determinismo del karma. Pero resulta que la cuestión karmática no pasa por estar libre de problemas (en realidad son ejercicios), sino por tener una actitud mental, espiritual y personal adecuada para comprender lo que nos ocurre y sacar el mejor partido de ello. Las experiencias karmáticas son siempre las mejores oportunidades para crecer, evolucionar y ser mejores personas.
Entonces ¿por qué aceptamos mansamente una existencia mediocre y degradante? Nos resignamos a vivir menos y peor, a envejecer prematuramente, a ver los niños con problemas de viejos, a estar carentes de energía e inmunidad, a convivir con problemas crónicos y degenerativos, y nos preparamos para aceptar una inevitable ancianidad oscura y humillante.
En el fondo, la aceptación del “determinismo” se convierte en algo “cómodo”. Muchos ven al gen, al virus, al estrés o al karma como una desvinculación de responsabilidades. La mediocridad es algo que me “tocó” en un “reparto injusto”. Y como uno cree tener “mala suerte”, no queda más que resignarse y aprender a convivir con el problema, lo mejor posible. Algo así como el preso, que se acostumbra y se amiga con las rejas de la cárcel.
La noticia -mala para quienes están resignados y buena para quienes intuyen la falacia de esto-, es que todo está, estuvo y estará siempre en nuestras manos. Quedémonos tranquilos; no hay una perversidad existencial en nuestra contra. Sin entrar en consideraciones que exceden nuestro ámbito, la simple percepción de las leyes biológicas que rigen la vida (aún no del todo desentrañadas por la ciencia moderna), sirve para liberarnos del travieso determinismo.
La buena nueva del abordaje fisiológico es que todo tiene solución. Pero claro, hay un “precio por pagar”; como refunfuña el tango: “nada es gratis en esta vida cruel y sufrida”. El precio no se expresa en “morlacos”, sino en actitud. Y más que nada, en términos de responsabilidad: basta con “hacerse cargo” de nuestra realidad corporal. Es algo que podemos hacer en casa y con los recursos que tenemos a mano; no necesitamos ir a un lugar particular, ni depende de una poción mágica. Pero, aunque parezca mentira, lamentablemente muchos no están dispuestos a asumir esta responsabilidad de la autogestión.
Venimos condicionados para no asumir responsabilidades, tal como niños crónicos que somos. Tengo un problema y pago para que alguien me lo resuelva. ¿Quién generó el problema? Uno. ¿Quién lo resuelve? Uno. Los de “afuera son de palo”. Pero claro, nos encanta “sacarnos el moco del dedo”. Por eso hemos dado vida a un poderoso sistema especializado en dicha tarea. Y que además nos coloca en el papel de “pobres víctimas”, que a la mayoría no disgusta.
Tenemos una estructura física maravillosa, que se autorepara, se autodepura y se autoregenera. Todo es gratis y funciona en modo autónomo. Solo requiere que respetemos las leyes con las cuales se creó y evolucionó la especie humana. Y son leyes muy sencillas; hasta demasiado simples. Nada místico ni de difícil comprensión; una simple cuestión de lógica doméstica: basta “limpiar y no ensuciar”. Es un simple proceso de autogestión casera y personal.
Hay muchas cosas que podemos hacer diariamente para mejorar nuestra calidad de vida. Este término significa: buen nivel de energía, adecuado manejo del estrés, retardo del proceso de envejecimiento y ausencia de los desequilibrios que llamamos enfermedad. ¿Por qué esperamos un diagnóstico grave, para recién entonces comenzar a modificar hábitos nocivos? La calidad de vida depende únicamente de nosotros y podemos mejorarla a través de cosas sencillas que podemos incorporar en nuestra rutina diaria, beneficiando incluso a todo el entorno familiar.
LA CAUSA PROFUNDA DE NUESTROS PROBLEMAS
Los modernos problemas de salud son apenas síntomas del ensuciamiento corporal, problema generado en las últimas décadas a causa de nuestra antinatural alimentación artificializada y el total olvido del mantenimiento depurativo. El Dr. Jean Seignalet, científico francés que investigó el tema durante décadas en miles de pacientes con enfermedades crónicas y degenerativas, demostró la incidencia de los modernos hábitos (mala alimentación y ausencia de prácticas depurativas) como causa profunda de las principales patologías actuales, muchas de ellas consideradas “incurables” por la ciencia.
El problema comienza cuando los alimentos que ingerimos no están adaptados a nuestra fisiología. Entonces la digestión de la comida es insuficiente, la flora se desequilibra, se genera putrefacción, inflamación y enlentecimiento del bolo alimenticio. Esta combinación de factores genera un peligroso incremento de la permeabilidad intestinal, lo cual permite que gran cantidad de macromoléculas alimentarias y bacterianas, atraviesen fácilmente la delgada mucosa intestinal.
De ese modo, un gran volumen de sustancias inconvenientes pasa rápidamente al flujo sanguíneo, generándose graves problemas ulteriores, como la hipertensión, el colapso de la función hepática, el tilde del sistema inmunológico e inéditas parasitosis crónicas. Dicho de otra manera, en condiciones normales, lo toxico y no digerido, se elimina; actualmente, lo toxico y no digerido, se absorbe.
Luego de 30 años de tratar y remitir casos incurables, es importante lo que concluyó el Dr. Seignalet: “Al final, es el balance entre los aportes y las salidas de desechos, lo que determina la evolución de la enfermedad:
• Cuando los aportes superan las salidas, más o menos tarde podemos esperar una enfermedad;
• Cuando las salidas superan los aportes, el retorno a la normalidad es posible;
• La eliminación parcial de los desechos se traduce en una mejora parcial;
• La eliminación total de los desechos se traduce en una remisión completa”.
En síntesis, lo que habitualmente llamamos enfermedad, no es tal. El cuerpo nunca enferma, solo intenta sobreponerse al agobio tóxico… que nosotros mismos generamos cotidianamente y nunca aliviamos. Es fácil constatar cómo reduciendo la toxemia, remiten los síntomas que habitualmente rotulamos como “enfermedades”.


Texto prestado de C. M. Domínguez

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