Pánico: Trastorno de pánico y su tratamiento

El dios griego Pan representaba a toda la naturaleza salvaje. De esta forma, se le atribuía la generación del miedo enloquecedor. De ahí la palabra pánico que, en principio, significaba el temor masivo que sufrían manadas y rebaños ante el tronar y la caída de rayos.A este dios travieso le gustaba asustar a algún caminante desprevenido que se adentrara en el bosque o que caminase por algún camino solitario.


A continuación los criterios del DSM-IV para el diagnóstico de pánico y la agorafobia


Crisis de pánico


Episodio de ansiedad aguda con miedo o malestar intensos, acompañados de 4, o más, de los siguientes síntomas, que aparecen bruscamente y alcanzan su máxima expresión en los primeros 10 minutos: a) palpitaciones o elevación de la frecuencia cardiaca, b) sudor, c) temblores o sacudidas, d) sensación de ahogo o falta de aliento, e) sensación de atragantarse, f) opresión o malestar en el pecho, g) náuseas o molestias abdominales, h) inestabilidad, mareo o sensación de desmayo; i) sensación de entumecimiento u hormigueo, j) escalofríos o sofocaciones, k) percibir las cosas o percibirse a sí mismo de forma extraña l) miedo a morir, volverse loco o perder el control


Trastorno de pánico


Se dan crisis de pánico repetidas, algunas de las cuales son inesperadas. Al menos una de ellas se ha seguido durante un mes (o más) de alguno de los siguientes síntomas: 1) inquietud persistente por la posibilidad de tener más crisis, 2) preocupación por sus consecuencias, por ej., perder el control, sufrir un infarto o “volverse loco”, 3) cambio significativo del comportamiento relacionado con las crisis. Además, las crisis de pánico no se deben a los efectos directos de una sustancia ni a una enfermedad médica; ni pueden explicarse mejor por la presencia de otro trastorno mental (por ej., la fobia social si las crisis aparecen sólo al exponerse a situaciones sociales temidas).


Agorafobia


Aparición de ansiedad al encontrarse en lugares o situaciones donde escapar puede resultar difícil (o embarazoso) o donde, en caso de aparecer una crisis de pánico o síntomas similares, puede no disponerse de ayuda. Los temores agorafóbicos suelen relacionarse con situaciones como: permanecer solo fuera de casa, estar en aglomeraciones, hacer cola, o viajar en autobús, tren o automóvil. Estas situaciones se evitan, se resisten a costa de un malestar o ansiedad significativos o se hace indispensable la compañía de un conocido para soportarlas. Esta ansiedad o comportamiento de evitación no pueden explicarse mejor por la presencia de otro trastorno mental (ej., trastorno por estrés postraumático cuando evita estímulos relacionados con una experiencia muy traumática).


Epidemiología


Por lo que se refiere a las crisis de pánico, estudios comunitarios a gran escala han mostrado que alrededor de un 10% de la población general adulta ha experimentado alguna, aunque en la mayoría de casos no llega a desarrollarse el trastorno de pánico (Robins, et al, 1984). En cuanto al trastorno de pánico, un extenso estudio llevado a cabo en 40.000 sujetos de diez países, muestra que el porcentaje de individuos de la población general que lo padece en algún momento de su vida, oscila entre el 1,4% y el 2,9% (Weissman, et al, 1997). Según el DSM-IV, la prevalencia anual se sitúa entre el 1,5 y el 3,5 %. En estudios realizados en la población general, entre 1/3 y 1/2 de los individuos con trastorno de pánico, presentan también agorafobia.


La distribución por sexos es de un hombre por cada dos mujeres en el pánico sin agorafobia, y de un hombre por cada tres mujeres en la agorafobia.


Complicaciones


Diversos estudios muestran que, sin un tratamiento eficaz, el trastorno de pánico es una enfermedad crónica y deteriorante, con periodos de mejoría y de exacerbación. El trastorno de pánico, con o sin agorafobia, es uno de los trastornos de ansiedad que produce más discapacitación. El pánico suele asociarse a conductas de evitación de actividades y situaciones, que pueden llegar a cumplir criterios de agorafobia. En quienes padecen un trastorno de pánico que no ha sido tratado adecuadamente o que ha sido mal diagnosticado (lo que ocurre con bastante frecuencia), la creencia de que sufren una enfermedad con peligro vital puede causarles una ansiedad crónica y debilitante y conducirles a visitas excesivas a los centros asistenciales (DSM-IV). Otras consecuencias indeseables que suelen derivarse del pánico son el deterioro en el funcionamiento social y laboral, la baja autoestima, las actitudes hipocondríacas, el abuso de alcohol o ansiolíticos, e incluso el incremento de muertes prematuras (Coryel, 1982) y de suicidios (Allgulander, 1994). 


El trastorno de pánico, suele favorecer la aparición de otras psicopatologías como la depresión mayor (Markowitz y Weissman, 1989), que se halla en alrededor de 1/2 de pacientes con trastorno de pánico. Algunos utilizan el alcohol o fármacos no prescritos para reducir su ansiedad, pudiendo llegar a desarrollar un trastorno de abuso de sustancias. También es frecuente la comorbilidad con otros trastornos de ansiedad, principalmente en los casos que desarrollan una agorafobia severa. Diversos estudios revelan que: del 15 al 30% de personas con trastorno de pánico tienen también fobia social; del 8 al 10 %, TOC; del 10 al 20 %, fobia específica, y alrededor del 25%, trastorno de ansiedad generalizada (DSM - IV).


Situación actual


Desde los años 80, la investigación basada en teorías psicológicas ha ampliado la comprensión de este trastorno y ha permitido el desarrollo de tratamientos psicológicos eficaces para el pánico. Los tratamientos psicológicos eficaces se basan en la observación de que lo que teme el paciente con pánico son las sensaciones internas. Una vez detectado este estímulo fóbico, el tratamiento psicológico se hizo posible: mediante exposición al mismo y / o mediante técnicas que llevan a una re-evaluación del supuesto peligro que entrañarían esas sensaciones. En la actualidad, siguen discutiéndose diversos conceptos relativos a la etiología, la patogénesis y el mantenimiento de estos trastornos; pero existe un mayor consenso acerca de la eficacia de diversos tratamientos, tanto farmacológicos como psicológicos, con los que se consigue una completa eliminación de los síntomas en la mayoría de pacientes (Ballenger, 1993).